A continuación os dejamos la carta pastoral del Arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, en el inicio del nuevo curso pastoral, donde alaba el trabajo de las organizaciones caritativas en el contexto de la actual crisis sanitaria y social.
“Queridos hermanos y hermanas:
Comenzamos el curso pastoral 2020-2021 padeciendo todavía las
consecuencias de la crisis provocada por el COVID-19, donde hemos vivido
unas tristísimas circunstancias: millares de muertos solos en los hospitales, sin
la compañía de sus seres más queridos, centenares de miles de enfermos, la
angustia de los médicos y del personal sanitario que se han desvivido por
atender a todos, al igual que los demás servidores públicos. A raíz de la
pandemia muchas personas que vivían al día han visto cómo el confinamiento
ha obligado a parar su actividad y, por tanto, a prescindir de su principal y única
fuente de ingresos, teniendo que acudir por primera vez a organizaciones como
Cáritas, para afrontar con urgencia sus necesidades básicas. Muchas de estas
personas, que están viviendo unos momentos de verdadera incertidumbre y
desazón, son pequeños empresarios que se han visto obligados a cerrar el
negocio familiar, muchos son empleados que ahora forman parte de un
expediente de suspensión o extinción de sus contratos de trabajo, son
empleadas del hogar, o padres de familia que se dedican a la venta
ambulante… con trabajos precarios, contratos temporales, pertenecientes al
sector terciario o dedicados a la economía sumergida. Por ello, todos debemos
comprometernos con el Centro diocesano de empleo, con el trabajo que viene
realizando la Fundación Marcelo Spínola de lucha contra el paro y la Acción
conjunta contra el paro de Cáritas Diocesana, Pastoral Obrera y otras
instituciones diocesanas.
Asimismo, tanto Cáritas Diocesana como la Delegación Diocesana de
Migraciones han detectado a un grupo de personas y familias migrantes que
han visto agravada su situación debido a su irregularidad administrativa ya que,
al igual que otras personas, han visto anuladas todas sus posibilidades de
obtener sus recursos e ingresos. Sin embargo, éstas no han podido acceder a
ningún tipo de ayuda oficial para dar respuesta a sus necesidades básicas de
la vida diaria, lo que les hace aún más vulnerables. Ante esta realidad y bajo el
lema “Hermano migrante, no estás solo”, la Delegación Diocesana de
Migraciones de la Archidiócesis de Sevilla y Cáritas han iniciado un trabajo en
red que pretende cubrir las necesidades más básicas y orientar a este sector
de la población que ha quedado absolutamente desprotegido. Os animo a
reflexionar sobre esta situación mediante el documento que se aporta dentro de
las Orientaciones Pastorales de este curso que vamos a iniciar.
En esta coyuntura henchida de desesperanza, teniendo como base la
dimensión social del Evangelio, la opción por los pobres de nuestro Plan
Diocesano de Pastoral y las acciones concretas que se proponen, debemos ser
hombres y mujeres de esperanza, sembradores de esperanza, confiando en
Jesucristo, para penetrarnos del amor a Dios y a los hermanos y así sintonizar
con los sentimientos de Cristo que nos envía para poner en práctica su
Evangelio.
Los Evangelios nos presentan a Jesús, el enviado del Padre, el Hijo
único de Dios, como el servidor, como aquel que no ha venido a ser servido
sino a servir (cf. Lc 22, 27). A lo largo de su vida, en su relación con los pobres,
con los enfermos, con los marginados y los pecadores, Jesús se nos muestra
como el hombre que vive para los demás, cumpliendo su discurso programático
en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha
ungido, me ha enviado para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha
enviado a proclamar la liberación a los cautivos, y la vista a los ciegos, para dar
la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-
19). Él encarna perfectamente la figura del siervo de Yahvé, que profetizara
Isaías y cuyo oráculo se apropia en Nazaret. Algunos comentaristas piensan
que Jesús en las palabras «Hoy se cumple esta Escritura en mí» (Lc 4,21), no
piensa únicamente en su persona, ni limita el cumplimiento de la Escritura al
tiempo de su propia existencia histórica. La mirada de Jesús es más dilatada:
abarca el tiempo de la Iglesia. El Señor piensa también en nosotros los
cristianos, sus seguidores, que a lo largo de la historia deberemos cumplir este
Evangelio, esta buena noticia, al servicio de los pobres, los rotos por mil
heridas físicas o morales, los enfermos, los presos, los mendigos y
transeúntes, los inmigrantes o los que sufren por cualquier causa.
Sobre estos presupuestos evangélicos se asienta la “eclesiología del
servicio” del Concilio Vaticano II, que en la Constitución sobre la Iglesia en el
mundo actual nos dice: «No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo
desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo,
quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no juzgar,
para servir y no para ser servido» (GS, 3). Así como la noción de “koinonía”
(comunión) expresa en el Concilio Vaticano II la naturaleza más profunda del
ser y del misterio de la Iglesia, la misión, el quehacer y el lugar de la Iglesia en
el mundo son descritos con el término diakonía, que define a la Iglesia como
servidora de la humanidad. Este debe ser el estilo de los ministros de la Iglesia
y también de los laicos, que están llamados a continuar el ministerio del Señor
de servir a los hermanos.
Por lo tanto, todos estamos llamados a optar de manera preferente por
los pobres y a comprometernos en favor de la justicia, pues el ejercicio de la
caridad en nuestras comunidades cristianas es tarea de toda la Archidiócesis,
de toda la parroquia, también de los grupos de liturgia o catequesis, de los
movimientos, de los grupos de apostolado seglar, de las hermandades y
cofradías o de aquellos que se reúnen para la lectio divina, aunque por razones
prácticas u organizativas, la dirección y la responsabilidad la lleven unos
grupos más o menos especializados, es decir, los grupos de Cáritas. En el
conjunto de la actividad de la Iglesia la caridad es un eje transversal, que debe
impregnar toda la pastoral. Necesitamos, pues, durante este curso pastoral,
descubrir y potenciar esa transversalidad de la caridad, la diakonía y el servicio
a los pobres.
Tampoco los grupos que trabajan en el campo social y caritativo pueden
desvincularse del resto de la actividad pastoral de la Iglesia. La misión de
Jesús en la tierra es llevar a cabo la salvación de los hombres. Jesús viene al
mundo a revelar y realizar el plan salvador del Padre. Viene a traernos la
salvación; viene para que todos tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn
10,10). La Iglesia participa de la misma misión de Jesús. Y esa misión la ejerce
por tres caminos, que no son paralelos ni independientes, sino que están
llamados a encontrarse porque se implican mutuamente. La Iglesia cumple la
misión de Jesús proclamando la Palabra y testimoniando cuanto cree y espera
(martyría), celebrando los sacramentos (leitourgía) y ejerciendo la caridad
(diakonía). Estas tres acciones son inseparables.
De lo dicho se deduce que el compromiso a favor del desarrollo y la
justicia, y el servicio a los pobres debe brotar del amor salvador de Cristo,
celebrado en la liturgia y experimentado cada día en el encuentro cálido con el
Señor en la oración y en la participación en los sacramentos. Sólo así
amaremos a los pobres como Dios los ama, con el mismo amor de Jesús. En
las cercanías del Señor descubriremos la misteriosa identificación de Jesús
con nuestros hermanos más pobres y alimentaremos las raíces de nuestro
compromiso solidario. Sin la comunión profunda con el Señor, como elemento
fundante y transformador, sin nuestra inserción real en la vida trinitaria, fuente
de la unidad de la Iglesia y manantial del amor más auténtico, no podrá
subsistir por mucho tiempo nuestra apuesta de servicio a los hermanos. Es
más, nuestros mejores compromisos de fraternidad terminarán agotándose por
falta de raíces, pues sólo los santos y los amigos de Dios han amado hasta el
final. Esto quiere decir que quienes trabajan en nuestras instituciones
caritativas a favor de los pobres tienen que ser primero orantes, hombres y
mujeres de vida interior. Hablando de los colaboradores de la Iglesia en el
servicio de la caridad, el Papa Benedicto XVI dice en la encíclica Deus caritas
est que “han de ser personas movidas ante todo por el amor a Cristo, personas
cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellos
el amor al prójimo. El criterio inspirador de su actuación debería ser lo que se
dice en la Segunda carta a los Corintios: ́Nos apremia el amor de Cristo`
(5,14)” (n. 33).
Así pues, no olvidemos la misteriosa identificación de Jesús con sus
predilectos, los pobres. Cuando servimos a los necesitados, servimos al Señor.
Cuando vemos y tocamos a los pobres y enfermos estamos tocando la carne
de Cristo, tomando sobre nosotros el dolor de los que sufren. Así lo encarecía
el venerable Miguel Mañara a sus hermanos de la Santa Caridad de Sevilla al
pedirles que asistieran a los enfermos desde la cercanía y la inmediatez
corporal, lavando, curando y besando sus llagas. La razón no es otra que la
identificación misteriosa del Señor con los pobres y enfermos: “debajo de
aquellos trapos –escribe Mañara– está Cristo pobre, su Dios y Señor”. Por eso,
el Señor, que se identifica misteriosamente con los más humildes de nuestros
hermanos, nos juzgará por nuestros sentimientos de amor eficaz a los
hambrientos, sedientos, enfermos, desnudos, presos, forasteros y transeúntes
(cf. Mt 25, 34-46).
En este sentido, me parece muy importante que, tanto la Cáritas
Diocesana como las Cáritas Parroquiales y las demás instituciones socio-
caritativas, tengan a lo largo del año algunos encuentros de los voluntarios e,
incluso, de los técnicos, en forma de retiros, animados por los responsables de
cada institución, destinados a rezar juntos y a vigorizar los fundamentos
sobrenaturales del compromiso en favor de los pobres. Tales encuentros
podrían tener lugar especialmente en los tiempos fuertes del año litúrgico.
Tampoco sería perder el tiempo si, de tanto en tanto, se organizara alguna
charla sobre Doctrina Social de la Iglesia, pues en el sector pastoral de la
diakonía de la caridad no basta la formación en las estrategias de la
cooperación o en las técnicas para responder con prontitud en casos de
emergencias, sino que es también necesaria la formación doctrinal y espiritual.
Ahora bien, debemos ser conscientes que el camino de nuestras
instituciones socio-caritativas en esta hora no está exento de riesgos.
Conocerlos es un presupuesto previo para precaverlos o para confrontarse con
ellos y superarlos.
El primer riesgo es caminar sin referencias eclesiales. Es un peligro que
acecha hoy a muchos cristianos, grupos e instituciones, el peligro de caminar por
libre, de vivir un cristianismo anónimo, sin referencias eclesiales o institucionales.
Entonces nuestro servicio deja de ser una acción que revela el rostro
misericordioso de Dios y las entrañas maternales de la Iglesia, perdiendo el
marchamo de acción evangelizadora.
Necesitamos, pues, cuidar los engranajes entre la acción caritativa y
social con el resto de las acciones eclesiales y con el conjunto de la
comunidad. Cuando las instituciones caritativas y sociales de la Iglesia se
consideran a sí mismas, o los demás las consideran, como un “aparte”
respecto a las demás dimensiones de la pastoral de la Iglesia o del conjunto de
la comunidad, se produce, si no de forma refleja y consciente, sí al menos de
modo inconsciente, una “lógica de reidentificación”, que busca que la institución
se acredite por sí misma y no por ser de la Iglesia, acentuando el hacer, un
hacer autónomo, y descuidando el ser, las buenas esencias de la institución,
las bases doctrinales que la definen y la mística que la alienta. Dichas
instituciones quedan así fuera del conjunto de la pastoral y de la actividad
evangelizadora de la Iglesia, aunque nominalmente sigan permaneciendo en su
seno.
En la línea de lo que acabo de decir, existe otro riesgo que también
puede acechar a nuestras instituciones de caridad, la hiperactividad, es decir,
el afán por hacer muchas cosas, de ser muy eficaces a costa de lo que sea,
primando la cantidad sobre la calidad. Nace así la macro-organización
dominada por la burocratización, por la “lógica organizativa y burocrática” que
tiende a constituirse en un fin en sí misma, olvidando el estilo específicamente
cristiano y convirtiendo nuestras instituciones socio-caritativas y las
diputaciones de caridad de las hermandades y cofradías en una especie de
organización o agencia de “servicios sociales”, perdiendo toda referencia a
Dios, del que nuestro servicio a los pobres es manifestación, expresión o
epifanía. Domina entonces la frialdad organizativa, más que la capacidad de
hacerse cercano y solidario con el que sufre. Dios quiera que en nuestras
Cáritas Diocesana, en nuestras Cáritas parroquiales y demás instituciones de
caridad de nuestra Archidiócesis la tecnificación de las acciones no ahoguen la
cercanía de la escucha, el calor de la acogida, el acompañamiento personal y
la capacidad para conmovernos ante el dolor, el sufrimiento y las carencias de
nuestros hermanos, siendo expresión del amor a Dios, que toma cuerpo en la
caridad ejercida por nosotros los cristianos.
Otros riegos son la falta de criterios a la hora de seleccionar a los
técnicos, que siempre deberían ser personas “de casa”, con un claro perfil
cristiano y eclesial y una identificación comprometida con lo que nuestras
instituciones de caridad significan.
Un riesgo más es descuidar la formación de los voluntarios, que en la
acción caritativa y social de la Iglesia han jugado, juegan y jugarán un papel
insustituible. Sin ellos, el ejercicio organizado de la caridad en la vida de la
Iglesia sería simplemente imposible. Reconocida esta realidad, es muy
importante acompañar y formar a los voluntarios, que deben ser personas
convertidas, o al menos abiertas a la posibilidad de que el servicio caritativo
que prestan, cambie y convierta sus vidas.
Un nuevo riesgo es el acogimiento creciente de nuestras instituciones de
caridad a las subvenciones y otras ayudas públicas, a las que instituciones
sociales y de caridad ciertamente tienen derecho. Las subvenciones de la
administración estatal, autonómica, provincial o local no se pueden ni deben
“demonizar”. Pero también aquí se necesita mesura. La obsesión por la
subvención puede acarrear una disminución notable de la “comunicación
cristiana de bienes”. Al no faltarnos el dinero público, nos preocupamos menos
de estimular el sacrificio y la generosidad de los fieles y desvirtuamos la
verdadera naturaleza de nuestras instituciones de caridad, cuyo fin es, entre
otros, facilitar a los fieles el ejercicio de la caridad organizada y compartir sus
bienes con los necesitados.
Nos queda un último riesgo: mimetizarnos con las demás ONGs,
presentarnos como una ONG más, no vaya a ser que por la condición eclesial
se vean mermadas las subvenciones en el marco de un Estado aconfesional.
La verdad es que Cáritas civilmente es una ONG, y justamente una de las más
prestigiosas, eficaces y austeras en sus gastos de organización. Pero Cáritas
eclesialmente es algo más, mucho más. La impronta propia que configura la
identidad de nuestras instituciones de caridad desde dentro es “el amor de
Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha
dado” (Rm 5,5). Esta identidad, civilmente invisible e imperceptible para quien
no tiene fe es, sin embargo, el alma del ejercicio de la caridad. Tal identidad
deberá hacerse también socialmente visible todos los días en un tipo de obrar
que sea tan novedoso y original que revele perceptiblemente la genuina
identidad de Cáritas, dando desde ella razón de nuestra fe y de nuestra
esperanza.
En los doce años que llevo sirviendo a la Archidiócesis de Sevilla, he
recordado muchas veces a los sacerdotes la importancia de la Cáritas
Parroquial y he manifestado de palabra y por escrito que una parroquia sin
Cáritas carece de algo esencial. En todo caso es una parroquia incompleta e
imperfecta. Si los soportes de la estructura parroquial son en primer lugar la
celebración de los divinos misterios (liturgia); en segundo lugar, el anuncio de
Jesucristo, el apostolado y el testimonio; y en tercer lugar, el ejercicio de la
caridad con los pobres, la falta de cualquiera de ellos hace que la parroquia
esté manca o coja, en todo caso defectuosa. Es tarea del Obispo y de su
Delegado para este sector trabajar para que no haya ni una sola parroquia en
la Archidiócesis sin Cáritas.
Termino ya deseando que este curso pastoral que iniciamos sea fecundo
en frutos al servicio de nuestros hermanos más pobres; que profundicemos en
la verdadera identidad de nuestras instituciones de caridad; que nos
persuadamos de la necesidad y de la importancia de las bases sobrenaturales
de nuestro compromiso social y caritativo; que estéis siempre convencidos de
que, detrás de los pobres a los que servís, está el Señor y que nunca perdáis la
inquietud interior de ser en todo padres, madres y hermanos de tantos
huérfanos de amor, de tantos pródigos que sufren como consecuencia de
tantas heridas físicas o morales. Y todo ello con el amor de Cristo, nuestro
Maestro, visibilizando el amor maternal de la Iglesia, que debe cuidar y amar
especialmente a los últimos, tal como nos lo enseñó el Señor.
Deseando que nuestras Cáritas, nuestras instituciones socio-caritativas,
nuestras parroquias, en las obras sociales y caritativas de los religiosos y
religiosas y en las hermandades y cofradías surjan muchas iniciativas creativas
en este curso pastoral en favor de los pobres, os encomiendo a la poderosa
intercesión de la Santísima Virgen en el título de los Reyes, patrona de la
Archidiócesis de Sevilla. Que ella nos ayude en esta crisis inesperada, para la
que no estábamos preparados, e interceda ante su Hijo para que podamos
superarla. Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. A ti acudimos,
en ti buscamos refugio.”
Ayuda a tu Cáritas más cercana: https://www.parroquiacorpuschristi.org/grupos-parroquiales/caritas/